por Efraín Rodríguez
Las luces y sombras de un artista, juegan a través del tiempo, una tensa pulseada que en ocasiones se transcribe en hechos significativos, intransferibles. Fito Páez, cuyo cuerpo de obra fue premiado en el rubro "excelencia musical" en la última entrega de los premios Grammy, vive tras años de obscura medianía, un periodo luminoso, intenso, creativo.
El largo periodo de encierro, le permitió a Fito revisar su obra en retrospectiva y planear una serie de trabajos que toman distancia, lo alejan de su zona de confort. El flamante y sorpresivo anuncio de publicar una trilogía de discos, da cuenta de la afiebrada actividad desarrollada en este último período.
La secuencia de ediciones se inició a fines de noviembre con "Los Años Salvajes", en el que recupera su combustión rockera, sigue en febrero con un episodio sinfónico, que alberga únicamente composiciones instrumentales, acompañado por la Orquesta Sinfónica de la República Checa y cierra en abril con un disco solo al piano.
El perfil esbozado a principios del año pasado, en la edición de la "La Conquista del Espacio", se resignifica en su nuevo disco "Los Años Salvajes", que se sube a una colección de canciones urgentes, desmesuradas, electrizantes. Es un Fito Páez autentico, que apela a su memoria emotiva, a su identidad rockera, a su costado salvaje, para escupir una serie de instantáneas rabiosas, frenéticas. La vena melódica, que alude a sus inicios, a su ciclo de artesano de la canción, persiste entre la furia y la fiebre combativa que respira una buena parte del álbum, esta vez inclinado a partir de su encuentro, al estilo cultivado por Elvis Costello.
"Los Años Salvajes" ofrece a un Fito Páez revitalizado, pleno, intenso, que vuelve surgir y recupera su mejor forma creativa, en el que es sin espacio para dudas, su mejor disco en mucho tiempo.
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