por Carlos Hidalgo
La crítica cultural, en la suma de sus ámbitos, enciende ante la edición de un artista que ha alcanzado la estatura de clásico, una corte de aduladores que tiñe, infecta de falsedad, las propiedades, positivas y negativas, de la obra en cuestión.
Bob Dylan, un artista inmenso, incuestionable; a través del tiempo, en su dilatada cerrera, ha sufrido el abandono ocasional, la ausencia de las musas de la inspiración. La revisión de su discografía, prueba que si bien es imposible descartar, apartar títulos por su escaso nivel; no siempre ha podido sostener las cualidades, los atributos de sus discos imprescindibles.
“Rough and Rowdy Ways”, interrumpe el silencio de años sin presentar composiciones propias, siendo al mismo tiempo la primer grabación, obligada en la expectativas de sus admiradores y detractores, a refrendar el Premio Nobel de Literatura obtenido en 2016.
La colección de canciones, presentan a un Bob Dylan cálido y reflexivo, que utiliza con inteligencia, las limitaciones que el tiempo ha impuesto a su caudal vocal. El disco puede entenderse, percibirse, como una serie de pensamientos en voz alta, en la continuidad de una asociación libre que envuelve memorias, opiniones y sentencias.
El rock, el folk y el blues, frecuentemente visitados por su arte, se constituyen en la base, en la plataforma de edificación, que se abre, se asocia a elementos del jazz y a cierto dejo de clasicismo en el reflejo, tímido y omnipresente, en las orquestaciones. El crédito invaluable, en la construcción y el entendimiento de las búsquedas, recae invariablemente en su banda de apoyo.
El tiempo de espera, la elaboración paciente, jugo a favor de un Bob Dylan que se obligó a apostar fuerte y alcanzar un estándar de excelencia, que convierten a “Rough and Rowdy Ways” en uno de los discos del año.
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