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La Canción es la Misma

Foto del escritor: La Señal MusicaLa Señal Musica

por Carlos Balmaceda


Ese, que viene de Mataderos todos los sábados, le habla a la pantalla, y el otro repite los diálogos en inglés porque se los sabe de memoria, allá, en primera fila, una piba se para en el asiento y empieza a sacarse la ropa: la sombra del cuerpo se contonea sobre la cara de Jimmy Page y el corpiño vuela hasta engancharse en un palillo de John Bonham.


Es 1979, y hace un año que a la una de la mañana, sobre Avenida de Mayo, hay cola para ver a Led Zeppelin; no a ellos en vivo, sino proyectados por un haz de luz que un gallego envía en la penumbra del cine Lara. Al menos le dicen así al tipo “Gallego, no cortes la película”, se escucha en medio de la sala, “Gallego, levantá el sonido”.


El tipo es del oficio, pero nunca ha visto en un cine algo así. Sabe que en los cincuenta, los pibes bailaban sobre las butacas cuando Bill Halley tocaba el “Rock alrededor del reloj”, pero esto es distinto: porque vienen todos los sábados, siempre los mismos, como Lucho, ese taxista que jura haber pasado dos años adentro del cine, hasta conocerse con casi todos los espectadores.


Para el ’83 el celuloide está finito, y el Gallego tiene que improvisar unas costuras a pura tijera para que en “Escalera al cielo”, la parte más baqueteada, la concurrencia no chille.


Afuera, los Falcon verde secuestran a pibes como ellos, el que no salta es un holandés, los ingleses hunden al Belgrano, el que apuesta al dólar pierde, los argentinos somos derechos y humanos, y ellos siguen ahí, con resistencia porfiada, el humo de los fasos que envuelve las imágenes y entre lo fumado y lo que se han mandado en la previa, eso que al entrar es una película, y al salir, un sueño repetido cíclicamente.


A veces, para disipar la humareda, los del cine corren el techo, porque tiene un toldo esta sala que es igual a una de Madrid, y entonces es Jimmy Page y las estrellas, Robert Plant y las luces de un avión que tal vez lleve carga humana para arrojar al río.



En medio del horror, ellos siguen en esa isla, sábado a sábado. Aunque a veces, la realidad se mete de prepo, como esta noche que han venido de razzia, y los encargados del cine les dicen: “muchachos, están afuera, nosotros abrimos todas las puertas, los distraemos, y ustedes corren”.


Y entonces salen a la disparada, entre los autos de Avenida de Mayo, a pescar el primer colectivo que pase, o a esconderse en el umbral de una casa.


En medio de la noche más atroz, hay un lugar, donde todos los sábados, se escucha música al taco, o más bien, “volumen a fondo y parlantes traseros” como le han dicho al Gallego que los ponga, donde se fuma, donde las pastillas se toman como maníes tirados al aire, donde aquellos dos se conocieron y se van a casar, donde este otro le encontró sentido a su vida.


Para cuando Alfonsín promete que con la democracia se come, se cura y se educa, la tribu sigue ahí. No en Cemento ni en el Parakultural, ni siguiendo a Soda o los Redondos. Su banda está hecha de fotogramas, y el show es el mismo, casi como el título de la película, “La canción es la misma”. Para ellos eso vuelve a pasar eternamente, aunque John Bonham, el batero, murió hace diez años, o la banda ya se separó.


Cuando llevan seis años, a mediados de los ochenta, ya se reconocen en su propia leyenda: los espectadores que se citan cada sábado para decir los diálogos, hablarle a Jimmy, o pedirle esto o aquello al Gallego.


No dejan de venir ni cuando la entrada pierde todo valor, como el alfajor que acaban de comprarle al chocolatinero en este sábado de 1989, donde el país arde en la hoguera de la hiperinflación.



Los más memoriosos que suelen ser los más viejos recordarán que en el cine se decía que una función era “en continuado” cuando se repetía una y otra vez durante todo el día. Este es otro continuado, y la cinta es una sinfín, que vuelve y vuelve cada sábado.


Pero ya para entonces, un par de policías hace ronda dentro del cine para controlar que no se fume, y aunque la canción sigue siendo la misma, la onda no.


Dura hasta las fiestas aquello, más que el Muro de Berlín, más que el país neoliberal que tallan a martillazos privatizando todo.


¿Sabrán aquellos espectadores que fueron los últimos? Al otro día, el Gallego prueba sacar las fotos pegadas en la puerta con agua, paciencia y una espátula. Las quiere intactas, porque sabe que lo que pasó por más de una década ha sido histórico. No puede. Están allí hace once años, así que en cada rayón que se lleva un mechón de Page, se le escapa un lagrimón.


Seis años después, en esa misma puerta, el propio Jimmy estará allí, con el mismísimo Robert Plant, porque esto no ha pasado en ningún lugar del planeta, porque esos locos que se volvieron secta en un cine para sobrevivir, solo podían salir de aquí, donde a los Ramones y a los Rollings se los sigue como si fuera la banda del barrio.


¿En serio? Pregunta el gringo cuando se para en la puerta del Lara y le cuentan que los tipos gritaban “Ahí viene el brujo” cuando en una escena giraba con los ojos inyectados en sangre.


Después ya no quedará ni el Lara, pero según cuentan, en los cajeros del Banco Galicia que ahora hay en su lugar, donde a veces duermen algunos sintecho, suele escucharse un solo de guitarra y un vozarrón que grita “dale Gallego, no cortes la película".



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