Por Carlos Balmaceda
¿Oís, oís? Son los nazis pasando bajo el arco de triunfo, sí, lo que se escucha es la Marcha de San Lorenzo.
No hace cuarenta años que fue escrita, y ahora, en 1940 ya es una melodía mundial, como si hoy dijéramos que tiene miles de millones de visualizaciones en youtube.
Sí, es cierto, no son los ejecutantes más simpáticos, pero como parte de una nación de músicos, los alemanes la reconocen como una joya.
¿Seguís oyendo? Es otra vez la Marcha de San Lorenzo, y otra vez en el Arco de Triunfo, pero cuatro años después. Ahora son los yanquis los que la tocan, y lo hacen, según ellos, para desagraviarla de los alemanes.
¿Y esa película? Es Gilda, con Rita Hayworth, y sí, es la marcha.
Antes, fue tocada en la coronación del rey Jorge V, y después lo será en la de su hija Isabel, la reina que todos conocemos. Se toca en Polonia, Brasil, Uruguay, Alemania.
¿Alguien la escuchó en “Buscando al soldado Ryan”?
Prestale atención a esa película del inglés Ken Loach, “Agenda secreta” y vas a escucharla una vez más.
El que la compone en 1902 es Cayetano Silva, un negro, que la toca en el violín como canción de cuna para su nena. Cuando la ve dormida, Cayetano lo enfunda y sale después de besarla en la frente.
![](https://static.wixstatic.com/media/55bfef_2bdb7d060d5f41a2b8ff8d06eddd8dbf~mv2.jpg/v1/fill/w_980,h_490,al_c,q_85,usm_0.66_1.00_0.01,enc_auto/55bfef_2bdb7d060d5f41a2b8ff8d06eddd8dbf~mv2.jpg)
Tiene seis pibes más y tal vez por eso, en unos años tenga que vender la marcha de San Lorenzo por unos pesos mugrientos, pero en algún momento el mendocino Carlos Javier Bennielli, que se fue a trabajar de maestro a Buenos Aires, se la pide para escribirle una letra.
“¿Cómo vas a hacer? Es imposible” le dice Silva.
“No te preocupes” le contesta Benielli, ya la pensé, es la historia del combate, con el sol que se asoma, con las banderas rojas de los españoles, y Cabral.
“Y San Martín”, le acota Silva. “Claro”, remata Benielli.
La marcha necesita síntesis, por eso un personaje se queda afuera. Es el puntano Baigorria, que cuando San Martín cae bajo su caballo, lo salva lanceando al enemigo. Cabral, un correntino, forcejea con el animal, y libera al Gran Jefe, dándole la espalda a un español, que le dispara. Ahí es donde Bennielli escribe: “Su vida rin-de” aprovechando la parada machacona de la música, “haciéndose inmortal”, aunque por su rigor de maestro casi evita ese acento al final de “haciéndose”.
Dicen que Cabral murió después, que pudo haber dicho o no “muero contento, hemos batido al enemigo”, lo cierto es que el general San Martín lo pone en su boca, y con la ayuda de Bennielli, entonces sí, lo hacen inmortal.
Cabral es hijo de una esclava, como Cayetano Silva. Así que le debemos a dos negros salvar la vida del general San Martín y componer la más maravillosa música que lo hará eterno. Silva es uruguayo, un hermano oriental que se muda a Buenos Aires, pasa por el Teatro Colón, viaja a Santa Fe y termina allí sus días. No le va bien, mantiene como puede a sus pibes, acuna a su nena con la marcha, y vende por 50 guitas, como ya se dijo, los derechos de su composición.
Bennielli será maestro durante 43 años. Podría ser escritor, de hecho publicó algunas cosas, pero es un tipo sencillo y con vocación docente. Le basta con su guardapolvo almidonado todas las mañanas y ver cómo sus chicos hacen los primeros palotes.
No le sobra nada, ni guita ni fama, y con cinco pibes para alimentar, el sueldo de maestro apenas le alcanza. Andá a saber qué pasó con Baigorria, que se perdió en alguna página de la historia. Dicen que lo han visto por el Alto Perú, lo confunden con otro en Buenos Aires; como sea, Rivadavia se encarga de repartir a los granaderos por cuarteles inhóspitos, para que no quede ni el recuerdo de esos guerreros.
Silva se muere en 1920. Lo arrojan a una tumba sin nombre. Es negro, y no lo quieren en el panteón policial. Cuatro hombres anónimos, un puntano, un correntino, un mendocino y un uruguayo tramaron una historia de un siglo a otro para componer un canto épico. Unos pusieron el cuerpo y dieron la vida, otros dos pusieron el arte, y a su manera también dieron la vida para legarnos ese poema, rítmico, melódico, orgulloso un día de de octubre se escuchó por primera vez hace 119 años. Es la historia de millones de nosotros que pasamos por este suelo sin advertir las semillas que tiramos al voleo para que otros vengan detrás, siembren y sigan.
Al final, Cayetano Silva tuvo tumba con su nombre. Era lo mínimo que merecía ese hombre, era lo mínimo que como argentinos podíamos darle para no avergonzar más nuestra memoria. Dicen que igual el tipo desde algún lugar se sonríe cuando escucha que su marcha es tocada en todo el mundo, que películas, que nazis, que yanquis. Pavadas.
Él se daba por cumplido con dormir a su nena tocando la marcha en el violín.
Honor al gran Silva, a Bennielli, a Baigorria.
Honor, honor al gran Cabral.
Comments